NUEVO LIBRO DEL TEODELINENSE EFRÉN ULLA

El autor teodelinense Efrén Ulla acaba de publicar un nuevo libro, cuyo título es "Yo, Dios". Increíblemente inteligente, la escritura de Ulla está llena de sugestivos aforismos que vale la pena leer. Una vieja maestra del periodismo solía decirnos a quienes éramos sus alumnos que –ante el temor que pudiera generarnos algún entrevistado-, había una receta garantizada: imaginarlo haciendo sus necesidades. Es una buena manera de trazar un paralelismo con otro, olvidando cargos o posiciones determinadas, y poder hablarle de igual a igual. Y eso hace Efrén Ulla con su último libro “Yo, Dios”: nos acerca a un Dios más humano, más inmediato… más sentado en el lugar al que todos acudimos cuando la necesidad nos apremia. Tal vez por aquello de los dogmatismos arcaicos, conjeturamos un Dios descomunalmente superior al que, para llegar a El, hay que idolatrar durante cuatro años, seis meses y quince días… Casualmente, esa visión ortodoxa es lo que ahuyenta día a día a los fieles de algunas religiones. Y es en ese tiempo de apatía hacia la fe donde Ulla llega con sus aforismos. Y ahí también llega el ramalazo de cabeza para el dogmático: a Dios se lo venera. Y el libro de Ulla, para esos ortodoxos, podría ser una falta de sumisión. Sin embargo, para quienes Dios es casi un amigo que nos acompaña en esos soplos espinosos de la vida, o “de trincheras”, ese libro es una balada a la existencia. Es la forma más celestial de charlar con un Dios que nos dice, por ejemplo, que no nos daría la inmortalidad “porque no sabríamos que hacer con ella”. ¿Acaso puede tildarse de blasfemo o impío a alguien que pone en boca de Dios una enunciación tal como “no condenes sin escuchar”?. Ulla nos traduce perspicazmente lo que otros tardan cien días en tratar de revelar. Ulla nos acerca a Dios de una manera magnánima. Ulla nos muestra un Dios bienhechor, que nos habla de igual a igual y en palabras claras, para que todos podamos entenderlo. Pero a su vez, nos trae un Dios que nos insta a hacernos cargo de nuestras propias existencias. Nos dice, en el limbo de Ulla, que hablamos de un Dios Padre porque nos encanta sentirnos hijos. Es ahí donde el Dios de Ulla nos subraya que lo siente, que no tenemos parentesco. Y es ahí, casualmente, donde se manifiesta la epicrisis de quienes creemos en Dios pero no en las religiones: todos creemos en algo porque precisamos sentirnos protegidos. Sin embargo, el Dios de Ulla nos suelta la mano. Y eso es lo solazado, sutil y sugestivo de este libro: nos transmuta en una pelotita de ping pong que va de la escrupulosidad de la religión a este Dios que nos suelta la mano. Cuando queremos renegar de la ortodoxia de la religión, el libro de Ulla nos sirve. Y cuando queremos “pelearnos” con Dios, el libro estará sobre la mesita de luz. He leído casi todos los libros de Efrén. Me tomo el desconsiderado atrevimiento de decir que con este, el niño Efrén alcanza su madurez literaria. Altamente recomendable.