Ya está: la Negra Sosa es hoy un puñado de cenizas. Quienes realmente sintieron su muerte, siguen acongojados. Quienes vieron la oportunidad de lavar sus culpas con su muerte, hoy volvieron a sus andanzas. En tanto, lloramos las dos lágrimas reglamentarias y nos olvidamos que su muerte debió servirnos de ejemplo para muchas cosas. Mercedes Sosa, hasta el sábado pasado, era una comunista que cantaba. Una tucumana indígena que por esas cosas de la vida logró comprarse un piso en Carlos Pellegrini y Arroyo, insolentemente cerca del hotel Four Seasons. Mercedes era la morocha que nunca estaba de acuerdo con nada, que siempre se quejaba de todo, que nunca había “colectivo que la dejara en Luján”. ¿Cómo era posible que a esta mujer ningún gobierno le gustara?...¿es que todos los políticos, según esta india, hacían las cosas mal?. Yo me pregunto… ¿y si no le gustaban las cosas… porqué no se iba del país y listo?. Cuando vivía, era una “zurdita inconformista y utópica”, pero tras su muerte, pasó a ser una mujer fraterna, comprometida con el arte latinoamericano Una voz inmortal que continuará en nuestras voces. Mercedes Sosa fue una voz potente que al demoler fronteras nos enseñó algo más allá de territorios y banderas. Con ella aprendimos lo que tenemos que compartir los pueblos y las naciones. ¿Quién nos entiende a los argentinos?...Desde hace algunos años, vengo sosteniendo que lo único que nos une es un profundo “sentido de masificación”. Traducido: cuando estamos solos, pensamos de una forma. Pero cuando nos juntamos con nuestro vecino y el que vive en la otra calle, pasamos a ser animalitos que nos dejamos arrastrar por el pensamiento de las masas. En la soledad de nuestra casa, cuando puteamos porque no nos arreglan la calle; cuando nos damos cuenta que nos están tomando de estúpidos, queremos hacer justicia con el maldito de turno, y es allí donde ponemos el último cd de la Negra Sosa a todo volúmen, “porque ella sabe de nuestros dolores”. Pero cuando salimos a la Plaza, y vemos paseando a ese maldito, no solo nos sacamos los sombreros (sino que también nos quitamos la peluca) para saludarlo. Y es más: le tiramos cascotes a la Negra Sosa para que deje de cantar esas molestas canciones que tanto molestan a quien nos molesta la vida. Conclusión: murió la Negra. Se fue una santa. Se fue la diosa de la libertad. Se fue la única mujer que tuvo ovarios para plantarse ante quien hubiera que plantarse. Vergüenza debiera darnos decir algo así, cuando tuvo que pasar años en el exilio por culpa nuestra. Y no porque los militares la hayan exiliado, sino porque somos tan prostitutos que por lo bajo, y como costumbre de vecina chusma, ante la inseguridad reinante decimos “ojalá vuelvan las botas”…
PABLO LEGER